La victoria de Lula fue un gran triunfo democrático contra el autoritarismo
La derecha tenía enormes expectativas de victoria. Y hubo una caída histórica y desmoralizante para los bolsonaristas.
La victoria de Luiz Inácio Lula da Silva (PT) en las elecciones brasileñas de 2022 fue el principal triunfo democrático desde la caída del régimen militar (1964-1985). Las celebraciones se apoderaron del país en la noche del domingo (30/10), rememorando las mejores tradiciones de lucha del pueblo brasileño. Había cientos de miles de personas en las calles, con el epicentro en la Avenida Paulista, que fue tomada en su totalidad; las escenas conmovedoras de la apertura de un colegio electoral en Bahía, donde cientos de personas esperaban con entusiasmo y confianza el momento de votar por Lula, también expresaban este sentimiento.
Fue una victoria de carácter democrático y de contenido popular. Una victoria muy estrecha y difícil, con sólo 2,3 millones de votos de diferencia, un margen inferior al 2%, algo inédito en cualquier disputa presidencial en Brasil. El país vivió su mayor polarización. También fue una derrota inédita para un presidente en funciones que se presentaba a la reelección. Fue el mayor voto absoluto a un presidente en la historia, con más de 60,3 millones.
Fue una victoria que recordó a las casi 700.000 víctimas oficiales de la pandemia, un terrible trauma que ha pasado a la historia del país y que marcó la situación y la propia campaña. Recordó la destrucción del país y de la Amazonia; recordó a los que sufrieron la crueldad del gobierno, a los que entraron en el mapa del hambre, a los muertos por la brutalidad, directa o indirecta, de las acciones del gobierno, como el joven Genivaldo, muerto asfixiado por la Policía Federal de Carreteras (PRF), comandada por la escoria del bolsonarismo.
Lula, que estuvo en la cárcel sin el debido proceso legal y había sido retirado de la disputa presidencial en 2018, se enfrentó al actual presidente, Jair Bolsonaro (PL), bajo un contexto político nunca visto en la Nueva República. Bolsonaro puso la maquinaria pública al servicio de su reelección de manera ilegal y criminal con el apoyo de la mayoría del Congreso Nacional. Consiguió aprobar una medida para liberar 27.000 millones de reales para la “Ayuda Brasil” en vísperas de las elecciones, movió al menos 48.000 millones de reales en la Caixa Federal, el principal banco público del país, en beneficios sociales y créditos para las mujeres en el período previo a las elecciones, con el propósito de impulsar su propia popularidad en los sectores donde Lula registraba mayor adhesión orgánica. Bajó a la fuerza el precio del combustible y distribuyó fondos a través del presupuesto secreto, que, en definitiva, es el uso de recursos públicos por parte de los parlamentarios sin que haya transparencia sobre el uso de ese dinero.
Además de la apropiación de dinero público para su reelección, Bolsonaro montó una gigantesca máquina de producción y difusión de fake news a escala industrial, utilizando a las iglesias evangélicas como tribunas para amplificar aún más la fuerza de sus narrativas en las redes sociales, un entorno fundamental en la disputa por los votos, donde la eficacia de Bolsonaro es ciertamente mayor que la de los grupos de izquierda. Bolsonaro tiene casi 60 millones de seguidores frente a los 25 millones de Lula teniendo en cuenta solo los perfiles de los dos candidatos presidenciales en Facebook, Instagram, YouTube, Twitter y TikTok, según un estudio de CNN Brasil. Ha recurrido a diversas maniobras, como el uso de la Policia de Carreteras para coartar el derecho al voto de la población en las regiones donde el PT es más votado, como el Nordeste, y el acoso electoral en innumerables centros de trabajo, donde los jefes adictos a Bolsonaro han intentado disciplinar el voto de la clase trabajadora. Según datos del Ministerio de Trabajo, hubo más de 2.400 denuncias de este tipo de acoso e intentos de manipulación del voto popular.
Una victoria contra esa guerra sucia
Había enormes expectativas de victoria entre la derecha. Y hubo una caída histórica, desmoralizadora para los bolsonaristas, aunque, en el camino de esta disputa, había elementos que hacían más probable esta caída que el mantenimiento del actual gobierno, representante de la extrema derecha en Brasil que abrazó a extremistas, antipartido, oportunistas y aventureros en la ola del ascenso de la derecha en el mundo.
La victoria de Lula se debe a una conjunción de factores: I) la resistencia organizada durante los cuatro años de gobierno que unió a importantes sectores democráticos, la fuerza de la juventud y de las mujeres que en su mayoría estaban en contra de Bolsonaro, la lucha del pueblo -como el movimiento tsunami de la educación, la lucha antirracista y antifascista, la lucha por la ciencia y por el derecho a la vacuna, los medios de comunicación no vinculados a Bolsonaro, con la Rede Globo como buque insignia, y en menor medida, Folha de S. Paulo, sectores de la cultura, del arte ¡Aun así, cabe decir que el PT -por su estrategia- canalizó la resistencia al terreno electoral, vaciando el !Fuera Bolsonaro! de las calles, a la vez que el movimiento de masas tampoco tuvo una irrupción masiva; (II) la división de la burguesía como expresión de la división de la sociedad fue lo que garantizó la posibilidad de la victoria electoral de la oposición, incluso con Bolsonaro teniendo la máquina estatal en su mano; (III) una división burguesa a nivel internacional, en la que la derrota de Trump fue el inicio de la derrota del proyecto bolsonarista, y un sector del imperialismo, como el Partido Demócrata, Biden y el imperialismo europeo, indicaron que no aceptarían ninguna aventura golpista y apoyaron a Lula; (IV) el peso del liderazgo de Lula el único capaz de derrotar a Bolsonaro resultado de la acumulación de su trayectoria como principal líder obrero del país, la memoria de las mejoras parciales de sus gobiernos y la enorme identidad popular que logra establecer en amplias masas; (V) la victoria en el Nordeste, que fue decisiva, y no sólo en el “Nordeste territorial”, sino en la enorme fuerza de la “nación nordestina” (la emigración interna) extendida por todo el país, arraigada en sectores de la clase, como la propia persona de Lula en los grandes centros urbanos, que lucha con fuerza contra la xenofobia, los prejuicios y el atraso de las élites brasileñas; (VI) el buen desempeño en las capitales y la victoria en ciudades estratégicas, como Porto Alegre y la capital São Paulo, incluso en estados donde ganó Bolsonaro.
Sobre la relación de fuerzas
La definición correcta es la de un triunfo importante y democrático en medio de una situación defensiva. Un triunfo que entierra el intento de Bolsonaro de perpetuarse en el poder, dividiendo a sus aliados del “centrão” (un sector de derecha del parlamento caracterizado por venderse al mejor postor) y a otros que empiezan a abandonar el barco, pero que sigue sin poder destruir las fuerzas neofascistas que nuclean el proyecto bolsonarista.
Es una situación diferente a la de 2003. Hay una extrema derecha fuerte, la conciencia anticapitalista es más débil, pero hay en esta división de la burguesía y en la politización que ha producido el enfrentamiento entre dos polos políticos, espacio para crear una vanguardia con conciencia de clase y para exigir al gobierno mecanismos más democráticos de participación popular.
Evidentemente, Lula dirigirá una administración aún más liberal que en 2002, cuando el PSOL se fundó a partir de la ruptura de los parlamentarios que no se diluían en el llamado bloque de la izquierda del PT que observaba inerte las acciones del gobierno entregado a la burguesía. Pero la situación actual es diferente. Para entender esto es fundamental pensar en cómo hemos llegado hasta aquí. Brasil es otro, el mundo es otro, y la relación entre las clases sociales también ha cambiado.
La ultraderecha no ha sido aplastada. Bolsonaro tuvo una alta votación, además de las posiciones acumuladas en la primera vuelta, como una importante bancada parlamentaria. Mantiene importantes posiciones de fuerza (en el ejército, en la policía y en los gobiernos), con una sólida base social. Bolsonaro fue seguido como un fenómeno combinando de un outsider frente a la crisis política, la decisión de un sector de la burguesía de dar un golpe al PT y la creciente articulación de la extrema derecha en el mundo. Lo que llevó a un gobierno con trazos de improvisación y, hasta del propio líder, Bolsonaro, de falta de preparación. Por supuesto, la descalificación era conocida desde siempre, pero han tenido que llegar los ataques del gobierno a los intereses de una parte de la burguesía (o la incompetencia del gobierno para gestionarlos) para que este sector de la sociedad empiece a actuar para frenarla. Allanaron el camino para la derrota de Bolsonaro los sectores “progresistas neoliberales” (burgueses), como los define Nancy Fraser -incluida la Rede TV Globo-, que no están en connivencia con el oscurantismo, no atacan la ciencia, la cultura, ni quieren imponer un modo de vida y liquidar las libertades democráticas -aunque defiendan una política económica liberal. Siguieron los pasos de grupos de la burguesía progresista neoliberal en todo el mundo, en relación a proyectos autoritarios o neofascistas -o como se quiera definir- como la oposición que algunos sectores burgueses estadounidenses hicieron a Donald Trump en Estados Unidos. El fracaso de Trump precedió a la caída de Bolsonaro y, en muchos puntos y con algunos matices, se parecen. La propia derrota de Trump restó apoyo internacional a Bolsonaro. Allí, como aquí, la división de la burguesía fue fundamental para derrocar electoralmente el proyecto neofascista y hacer respetar el resultado electoral, naturalmente con focos de confusión y violencia como es habitual entre la masa de partidarios de la extrema derecha.
En este atolladero de la crisis capitalista donde desarrollo estable se hace cada vez más difícil, Lula también fue elegido por esta parte de la burguesía para defender sus intereses. ¿Por qué Lula? Porque a la burguesía liberal se le superpone otra crisis: la de representación. No hay otro liderazgo que reúna la capacidad de movilización popular y de gestión de los intereses burgueses en el Brasil actual si no es Lula. El PSDB se desmoronó -o al menos respira por un respirador- y el MDB hace tiempo que perdió su protagonismo en el llamado Centrão. Es la expresión brasileña de lo que llamamos “crisis orgánica”, o sea, cuando hay una ruptura entre los intereses inmediatos de clase y sus representantes directos, apelando a fórmulas híbridas o insólitas.
Entonces, naturalmente, se recurre al PT, que aceptó llevar a cabo gobiernos de colaboración de clases desde su primera experiencia nacional, en el gobierno de Lula en 2002, y que supo adaptarse a las exigencias que imponía la reconstrucción de la Nueva República. La burguesía neoliberal no autoritaria del mundo reconoce a Lula como un competente gestor de esta política, basta observar la casi euforia con que algunos jefes de Estado recibieron su victoria sobre Bolsonaro.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, minutos después de confirmarse el resultado, fue uno de los primeros en saludar a Lula. Incluso publicó un vídeo en las redes sociales en el que mostraba el momento de la felicitación. Joe Biden, Presidente de los Estados Unidos, envió su felicitación a través de un comunicado oficial de la Casa Blanca y dijo que estaba “deseando” trabajar estrechamente con Lula.
El reconocimiento de la victoria de Lula es internacional, y la agenda de relaciones exteriores es un punto clave en la agenda del presidente electo, debido a los acuerdos internacionales, la protección de la Amazonia y el papel estratégico de América Latina para la economía mundial. El debate internacional vuelve al centro de la escena, tanto por el papel de la extrema derecha en el mundo como por el hecho de que las cinco principales economías latinoamericanas -Brasil, México, Argentina, Colombia y Chile- serán gobernadas por el llamado progresismo. Y, a diferencia de la ola de los años 2000, este nuevo progresismo es menos radical y menos antiimperialista. Esto se relaciona con el giro que ha dado Venezuela (post-Chávez) hacia una visión autoritaria, de la cual la dictadura de Ortega en Nicaragua es la máxima expresión de la degeneración.
Las masivas movilizaciones tras los resultados electorales en Brasil mostraron a una parte de la población celebrando con alivio, en una catarsis post-trauma impuesta por el bolsonarismo. En las calles vimos a un sector social que despertó ante el peligro de la extrema derecha y que se politizó y radicalizó tras las banderas de la defensa de las libertades, la igualdad social, el medio ambiente, la defensa de la educación y contra el discurso de odio del bolsonarismo que representa la barbarie. Se ha producido un cambio en el estado de ánimo del país que no sabemos hasta dónde llegará, pero es un nuevo clima en el que nuestras ideas pueden ser bien recibidas. En el otro extremo, el antipetismo ha mostrado resistencia, pero ya sin el apoyo necesario para avanzar en un proyecto golpista, pues la burguesía que está con Lula se ha organizado para proteger bien las instituciones de la democracia burguesa.
Detrás del triunfo democrático hay dos aspectos. Uno es el de los sectores burgueses que quieren volver a la normalidad institucional y que rechazan a la extrema derecha. El otro son los sectores explotados que ven en Lula la posibilidad de recuperar mejores condiciones de vida. Los sectores burgueses, los partidos de centro y el llamado “centrão”, institucionalmente fisiológico (que ya ha reconocido la victoria), negociará su peso en el parlamento con el objetivo de mantener privilegios y posiciones. Por su parte, la burguesía presionará para que el gobierno de Lula sea una continuación de los planes liberales con algunas concesiones asistenciales necesarias. Por otro lado, fue un movimiento político electoral que, contradictoria y necesariamente, planteó demandas sociales progresistas. Levantó las mejoras sociales del gobierno anterior de Lula y propuso una serie de medidas progresistas en el ámbito de los salarios, las reivindicaciones de las mujeres, la vivienda, la sanidad y la educación. Apoyó tenuemente elementos de una reforma fiscal que gravaba a las grandes fortunas. Esto es a lo que aspira el pueblo.
Con la toma de posesión del nuevo gobierno, se van a producir dos contradicciones en medio de la crisis económica que vive el mundo y que también afecta al país. La acción de la extrema derecha, aunque derrotada en las urnas, es fuerte. Tiene 14 gobiernos estatales y una fuerte representación en el parlamento vinculada a sectores significativos como los evangélicos y la agroindustria. Por otro lado, están los sectores explotados y oprimidos que quieren que Lula cumpla sus promesas de campaña. El Gobierno se verá atrapado entre estas dos fuerzas en medio de una situación que no es la de principios de siglo, con el viento de la economía mundial soplando a su favor. El choque de contradicciones es inevitable, y aún no podemos saber cuál será su ritmo. ¿Cuánto durará la luna de miel? Tampoco podemos saber con exactitud hasta qué punto el Gobierno cumplirá sus promesas y cómo se perfilará el plan económico. Tenemos que esperar un poco y ver la composición del gobierno y sus primeros movimientos.
Enfrentar sin treguas a la extrema derecha
Las reacciones inmediatas de Bolsonaro deben desinflarse momentáneamente, pero no en perspectiva; el Bolsonarismo continuará. Su líder muestra cierta impotencia ante los resultados de las urnas, pero está lejos de ser aniquilado. Obtuvo más votos que en la elección anterior, cuenta con el apoyo y la disposición de la parte más reaccionaria de la burguesía (incluida la que financió los cortes de ruta en todo el país apenas se conocieron los resultados electorales) y logró elegir un cuerpo alineado a su política en el Congreso Nacional. Así, el punto central de la política del MES/PSOL será derrotar a la extrema derecha. No hay manera de llevar adelante un proceso anticapitalista sin enfrentarse a la extrema derecha.
La extrema derecha tiene una base de masas, en un sector social que rechaza la democracia burguesa y defiende abiertamente un golpe de Estado/dictadura militar. En los últimos días se ha agudizado un sector más golpista, vinculado al agronegocio y al núcleo duro de la extrema derecha, que ya había asomado la cabeza en septiembre de 2021, contando con la colaboración de sectores del aparato estatal, en especial el PRF, (Policía Federal de carreteras) pero que estaba lejos de producir el “capitolio brasileño”. Otro sector, con Lira (presidente de la Cámara de Diputados y Ciro Nogueira (Ministro de la Casa Civil), ya ha empezado a negociar la transición. Bolsonaro dio breves declaraciones, guiando a poner fin a los bloqueos. Su mayor preocupación ahora -según lo que informa la prensa en Brasilia- es tener un puesto en el PL (Partido Liberal por el que fue candidato), estirar la cuerda para negociar su futuro político en mejores términos, para no ser detenido y seguir siendo con su clan el líder de la oposición de extrema derecha.
El lugar del PSOL
En la batalla para derrotar al neofascismo y elegir a Lula, el liderazgo y la militancia del PSOL hicieron la diferencia, postulándose como una voz fuerte contra el proyecto neofascista de Bolsonaro y fortaleciendo las trincheras de los movimientos sociales para defender los intereses del pueblo. El resultado electoral demostró el crecimiento del PSOL y situó al partido en la vanguardia de la lucha contra el bolsonarismo, aunque no tenga la estructura suficiente para ser una alternativa de poder.
En el PSOL, obviamente, se debatirá sobre el nuevo gobierno. Nuestra posición es la de la independencia del Partido con respecto al gobierno: defenderlo contra la extrema derecha y sus métodos contrarrevolucionarios, pero no integrarlo.
Para aclarar los pasos de esta tarea frente al nuevo gobierno, es válido retomar las circunstancias de la fundación del PSOL y compararlas con el momento actual, destacando las contradicciones que se plantean y sus desafíos.
En 2003, el centro era afirmar la necesidad de construir una alternativa anticapitalista sobre la frustración causada por el rápido giro a la derecha de Lula, representado plenamente con el voto de la Reforma de la Seguridad Social, denunciando el carácter del gobierno para conformar una alternativa a la izquierda del PT y del espectro político nacional, que pudiera ser viable y con cierta influencia en los sectores de masas. Hoy, el desafío es encarnar las enormes demandas programáticas que aparecen en la sociedad brasileña, enfrentando a la extrema derecha y construyendo un polo en la sociedad con una perspectiva anticapitalista, que luche por cambiar la relación de fuerzas para que este proyecto pueda realizarse.
Por ello, es necesario movilizarse por las reivindicaciones más sentidas y por las demandas estructurales que el país necesita. Integrar al gobierno significaría que el PSOL acepte el papel de gestor de los intereses del capital. Se trata, pues, de una posición de principio. Además, para luchar, la mejor posición es estar en los barrios de la sociedad civil, no en el aparato estatal gubernamental. Es necesaria la libertad de crítica y la independencia organizativa, que ya tenemos, pero también la libertad política que una integración en el gobierno limitaría por la necesidad de disciplina de mando.
El PSOL existe y ha crecido mucho en las elecciones. Es muy bien visto por la amplia vanguardia que estuvo en las últimas acciones de calle y con respeto y prestigio entre los sectores sociales que votaron por Lula. En este escenario, el MES/PSOL tiene que afiliar y organizar. Nuestra tarea política será exigir al gobierno de Lula que lleve a cabo la agenda prometida y la convierta en una herramienta para fortalecerse frente a la extrema derecha y para resolver los problemas más urgentes de la gente pobre del país. Debemos evitar caer en extremos al reclamar estos puntos.
Al mismo tiempo, nuestra política tiene que dialogar con el sentimiento antirregimen que ha alimentado el bolsonarismo, ya que la mera defensa de la institucionalidad será el papel del gobierno. Un discurso de “subversión” de apelo a la movilización en defensa de las necesidades del pueblo es parte fundamental de la construcción de una izquierda revolucionaria. Un ejemplo de ello es no hacerse eco de la condena pura y dura del método de bloqueo de carreteras. Nuestra oposición a estas movilizaciones es por su contenido golpista, por su negativa a aceptar la voluntad de la mayoría del pueblo expresada en las urnas, por su defensa de la intervención militar.
Nuestro papel será avanzar en la politización de los sectores que están en la calle, que condenan a la extrema derecha y que ponen la esperanza en una vida mejor. Son millones, entre los jóvenes, las mujeres, la clase trabajadora, los negros, los ribereños y los indígenas, los pequeños comerciantes, los profesionales liberales, la comunidad LGBTQIA+, los funcionarios y las capas más sentidas del pueblo.
También hay que buscar el arraigo entre los sectores que son disputados por el bolsonarismo, como los rangos bajos de las fuerzas de seguridad, policías militares y civiles, fuerzas armadas, bomberos, vigilantes privados; la clase obrera más atrasada de los polos industriales del país; los trabajadores de los aplicativos y, en el futuro, hasta con los camioneros. Es importante destacar que en Rio Grande do Sul, Luciana Genro fue la diputada más votada por los policías militares, porque estuvo junto a ellos en la lucha por la carrera y en la denuncia de los abusos de los comandantes, y que Glauber tiene un importante apoyo de los sargentos del Ejército. Esto es parte de la lucha fundamental para evitar que Bolsonaro consolide una base popular.
Nuestra orientación será fortalecernos para fortalecer el PSOL en su conjunto para presentar una salida programática del país. Estaremos al frente de la lucha para que las medidas económicas y sociales aprobadas en las urnas se hagan efectivas. El PSOL tiene que estar a la vanguardia de la lucha por mejores salarios para los trabajadores, el empleo, la vivienda y la tierra. La política económica que la burguesía liberal exige a Lula, y que todo indica será llevada adelante por el gobierno, tiene como uno de sus puntos el ajuste fiscal lo que dificulta, si no imposibilita, algunos de estos compromisos. Además, algunas de las medidas aprobadas en las urnas chocan con los intereses burgueses que no quieren pagar la salida de la crisis. Razón de más para luchar por estas medidas, necesarias para mejorar la vida de la gente y movilizarse desde una perspectiva que fortalezca a las organizaciones de la clase trabajadora implicadas en ellas. Algunas de estas medidas son las siguientes.
1) Ajuste del salario mínimo por encima de la inflación
2) Ayuda de emergencia de R$ 600 más R$ 150 por niño de hasta 6 años, ajustada anualmente, como mínimo, por la inflación
3) Exención del impuesto sobre la renta para los que ganan hasta R$ 5 mil reales
4) Renegociación de las deudas de las personas que están en Serasa (Banco de datos de personas con deudas) y condonación del pago a las familias pobres y de clase media)
5) Impuesto sobre las grandes fortunas e impuesto sobre los beneficios y dividendos
6) Fin del techo de gasto
7) Igualdad de remuneración por igual trabajo entre hombres y mujeres, con una supervisión efectiva
8) Lucha contra la corrupción, fortaleciendo los mecanismos de investigación y castigo de los corruptos, fortaleciendo las instituciones que tienen la función de fiscalizar, como la Policía Federal, y una amplia transparencia a través del fin del sigilo de 100 años impuesto por Bolsonaro
9) Revisión de la Reforma Laboral, que precarizó el empleo y eliminó derechos
10) Fortalecer las universidades públicas, con políticas de acceso y permanencia para los estudiantes de bajos ingresos
11) Reestructuración del IBAMA y del ICMBio, y reanudación de las operaciones contra las agresiones en la Amazonia
12) Reconstrucción de la FUNAI y recuperación de las acciones contra la minería en las tierras indígenas en general y en las yanomami en particular.
Además, creemos que es necesario defender una medida que no fue presentada por Lula en la campaña, pero que es necesaria para que el país no siga siendo dominado por banqueros y especuladores: la auditoría de la deuda pública, para que la sociedad sepa qué es legal y qué no en la deuda, cuyo pago ha drenado la riqueza del Estado para una pequeña minoría privilegiada. Los vínculos con el CADTM ayudará a explorar los debates sobre esta demanda.
En nuestro programa las medidas democráticas también deben ser una prioridad, dada la naturaleza del triunfo electoral. El logro democrático de impedir la reelección de Bolsonaro debe consolidarse con medidas. La primera de ellas es la ruptura del sigilo de 100 años y la investigación de los delitos cometidos por el gobierno, concretamente por el propio presidente. Está claro que el castigo más apropiado es la detención de Jair Bolsonaro. ‘Ni olvido, ni perdón’ debe ser nuestra bandera. Investigación y castigo para Bolsonaro y los delincuentes. Fue la impunidad de los crímenes de la dictadura uno de los elementos que compusieron el surgimiento y fortalecimiento de esta vertiente política expresada por Bolsonaro que defiende a los torturadores, a los golpistas y a la violencia política. ¡No hay impunidad!
Nuestros retos son enormes. Apostar por la formación de cuadros y el arraigo con las organizaciones juveniles y de clase y los movimientos sociales es fundamental para rescatar la necesidad de auto-organización, disputar el avance de la conciencia y preparar acciones de autodefensa.
Como política inmediata, defendemos que el PSOL lance una campaña para el castigo de todos los responsables de la obstrucción de las vías y de los llamados golpistas, ya sean los sectores vinculados a la financiación o ejecución de estos actos antidemocráticos. Que esto también implica, la investigación y sanción de los empresarios vinculados al acoso electoral en la segunda vuelta que alcanzó más de 2 mil denuncias.
El PSOL se enfrenta a nuevos retos históricos, confiamos en el pueblo brasileño, que acaba de obtener una victoria “muy reñida”, como muchas batallas de nuestro pueblo. Con esta fuerza, seguimos defendiendo nuestras propuestas anticapitalistas, construyendo un polo independiente que luche por aplastar a los neofascistas y poner a Bolsonaro en el lugar que le corresponde: la papelera de la historia, haciendo justicia a su condición de genocida.