La ‘Guerra Fría’ con fórceps: el acuerdo tácito entre Rusia y EEUU y la miseria de cierto ‘antiimperialismo’
Hubo un tiempo, en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, en el que algunos sectores de la izquierda criticaron, con razón, que detrás de los juramentos mutuos de odio y destrucción entre EEUU y la URSS, había una especie de acuerdo tácito entre ambas potencias en sus pretensiones expansionistas. En muchos casos, el […]
Hubo un tiempo, en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, en el que algunos sectores de la izquierda criticaron, con razón, que detrás de los juramentos mutuos de odio y destrucción entre EEUU y la URSS, había una especie de acuerdo tácito entre ambas potencias en sus pretensiones expansionistas. En muchos casos, el horizonte de catástrofe que se proyectaba sobre el enemigo era sumamente funcional tanto para ganar o imponer apoyos externos como, no menos importante, para crear un clima de “unidad nacional” frente al enemigo mortal externo con el fin de eludir las contradicciones internas de ambos países. Esto no quiere decir, por supuesto, que el conflicto no fuera real -podría llevar al mundo a la destrucción nuclear al igual que ahora- ni que EE.UU. y la URSS fueran lo mismo y tampoco se impusieran límites mutuamente. Pero, incluso por esta razón, el liderazgo militar indiscutible de cada uno en el mundo en un marco bipolar era un activo muy valioso para que, frente al resto del mundo, su fuerza económica, política, militar e incluso ideológica se incrementara enormemente.
Lo anterior sirve de lema (y sólo de lema, porque hoy el mundo es obviamente diferente en muchas dimensiones) para pensar en los acontecimientos de estos últimos días. Es cierto que estos acontecimientos han consolidado una nueva “Guerra Fría” basada en las acciones de los mismos protagonistas que la anterior. Por un lado, lo que nos ha traído hasta aquí tiene que ver con una serie de acontecimientos y coyunturas que se vienen desarrollando desde hace mucho tiempo y que no son controlables (al menos no totalmente) por los actores en conflicto a principios de 2022: la caída del prestigio y la fuerza económica de EEUU, el ascenso económico de China, la reafirmación geopolítica y militar de Rusia, y como telón de fondo de todo ello, una vieja crisis permanente del capital cuyas consecuencias están lejos de ser sólo “económicas”.
Después de los años noventa, cuando Estados Unidos lideró el sistema-mundo de forma incólume (atrayendo o al menos neutralizando a Rusia y estimulando la apertura capitalista de China), se ha creado una situación de relativa indefinición en la geopolítica y el marco de alianzas del sistema-mundo capitalista. Si hasta hace poco tiempo el viejo orden del liderazgo absoluto de los EE.UU. ya estaba muerto, pero no surgía un nuevo orden, ahora parece que algo nuevo tendrá que imponerse. Por supuesto, las lealtades y afinidades ya existían antes: Estados Unidos-Europa por un lado y China-Rusia por otro. Sin embargo, ahora se está tomando una decisión. Ya no se puede dudar ni buscar soluciones de compromiso. Por lo tanto, los alineamientos asumirán ahora la típica lógica de Carl Schmitt de amigo contra enemigo, cristalizándose sin ambigüedades. Y si, como hemos dicho, tal decisión era ya una posibilidad abierta desde la dinámica coyuntural y estructural, Estados Unidos y Rusia jugaron deliberadamente en los últimos meses un juego escénico que les permitió a ambos, con fuerza, consolidar la nueva “Guerra Fría” bajo su protagonismo, al menos en el plano militar.
¿Y dónde entra el papel de un cierto “antiimperialismo” de parte de la izquierda, que va desde los que se niegan a condenar la invasión rusa de Ucrania por los hechos, hasta los que aplauden abiertamente a Putin? En primer lugar, muchos de los que juran de pie estar siempre del lado de los pueblos y los oprimidos corroboran que un país de 45 millones de habitantes, absolutamente en contra de la voluntad de su pueblo, vivirá un futuro indefinido de violencia y ocupación militar directa desde Moscú (o un gobierno militar títere local, que sería lo mismo). La crítica al expansionismo de la OTAN en Europa del Este, utilizada como chivo expiatorio para la dulzura derramada sobre Putin, es un ejemplo típico de cómo algo verdadero en sí mismo puede servir para encubrir una posición completamente falsa. Al fin y al cabo, en la vida real y no en el plano de los etéreos discursos “antiimperialistas”, lo que se reclama es que el pueblo ucraniano, si no quiere sufrir los imperativos militares de la realpolitik de Putin, debe tener las condiciones para revertir, a muy corto plazo, los imperativos militares de la realpolitik de Occidente. Como si esto estuviera al alcance de los ucranianos, o incluso como si la agresión rusa no hiciera a los ucranianos aún más dependientes de Occidente, incluso después de la traición de la OTAN. La elección se convierte entonces en: “Ustedes, ucranianos, para no ser bombardeados, asesinados y ocupados, rediseñen la geopolítica mundial de las últimas décadas”. No es serio…
Además, el juego tácito entre Putin y Estados Unidos, en contra del triunfalismo de muchos, no ha debilitado en absoluto al imperialismo estadounidense. Porque una cosa es constatar el proceso de debilitamiento relativo a largo plazo de los Estados Unidos. Otra cosa es que se note la inmediatez de los días actuales. Salvo que se produzcan nuevos cambios espectaculares a corto plazo, el hecho es que Estados Unidos ha conseguido soldar un liderazgo militar aún más pronunciado e incontestable en Europa (independientemente e incluso en contra de su voluntad). Por lo demás, veamos. Desde noviembre, Putin amenaza con invadir Ucrania y ¿cuál ha sido la respuesta de Biden? Discursos duros y amenazas de sanciones, mientras da carta blanca a Putin reiterando que no intervendrá. Aquí es cierto que la OTAN traiciona a Ucrania y eso no deja de desmoralizar. Pero cuando la invasión se convirtió en un hecho consumado, la OTAN, bajo el liderazgo de Estados Unidos, pronto se apresuró a canalizar más tropas y recursos hacia Europa del Este. Y lo que es más importante, el enfrentamiento abierto con Rusia permite a Estados Unidos cortar de raíz las ilusiones de la independencia militar de Francia, además de permitirle socavar la importante proyección económica de Alemania sobre Rusia (el caso del Nord Stream 2 es emblemático). Poco importa si este proceso fue o no subjetivamente pre-combinado entre los EE.UU. y Rusia. Objetivamente, en cualquier caso, hay aquí un acuerdo tácito en el que Putin gana Ucrania como trofeo y Biden fuerza un realineamiento de Europa en torno a su liderazgo en la OTAN. Por no hablar de que, con tal situación, Biden se ha vuelto a acercar al establishment republicano que ahora quiere separarse definitivamente del admirador de Putin, Donald Trump. He aquí, pues, otra aporía de los “antiimperialistas”: el argumento de que hay que apoyar todo lo que debilita a Estados Unidos, que ya es bastante astuto, anima una posición que en la práctica reafirma una bipolaridad que ofrece nuevas y preciosas cartas en la manga para… el imperialismo estadounidense.
Lo anterior, por otra parte, no significa que Estados Unidos y/o Rusia estén dando un “golpe maestro”. Las contradicciones son enormes y los márgenes de maniobra son muy estrechos, a diferencia del marco de expansión económica que contribuyó a reforzar los dos bloques antagónicos en la posguerra. La crisis del capital es también la crisis del sistema mundial. A medida que se desvanece el horizonte de las sociedades asalariadas, el crecimiento económico continuo, el progreso de la vida, etc., crece la politización del resentimiento social, dando lugar a los identitarios nacionalistas, xenófobos y de extrema derecha. Este fenómeno, que a algunos les parece que se limita a Ucrania, puede verse en todas partes, desde el oeste hasta el este. Estos nacionalismos, lejos de basarse en la vieja utopía del desarrollo nacional y de la integración benéfica de todos en los circuitos económicos, se basan directamente en una situación en la que es evidente que ya no hay sitio para todos, y precisamente por ello, dan lugar a tendencias explosivas y autofágicas.
Además -y aquí hay otra diferencia crucial con respecto a la antigua Guerra Fría- las potencias de los dos bloques mencionados tienen hoy un grado de interdependencia mutua y de interrelación económica en este siglo XXI que simplemente no existía en el siglo pasado. Este problema -que refleja el hecho de que el capital ya ha alcanzado un grado de universalización de las fuerzas productivas (incluido el trabajo), el comercio y las finanzas- no puede resolverse en absoluto con una nueva bipolaridad. Porque esto simplemente choca con la necesidad de las potencias de triunfar en el marco de un capitalismo que no permite ninguna autarquización económica exitosa en bloques opuestos. Incluso para que las respectivas potencias militares destaquen, deben tener primero un radio de acción económico global. Las sanciones entre Rusia y Europa, por ejemplo, corren el riesgo no sólo de agravar la crisis energética de esta última, sino también de quitarle una valiosa fuente de divisas e ingresos a Rusia. Es probable que esta última se vuelva aún más dependiente de China, pero es ilusorio que la pérdida en Occidente se repare totalmente con la profundización de las relaciones con China. En caso de que se impongan sanciones económicas a China, ésta tampoco podrá renunciar a los mercados occidentales, especialmente en un momento en que el país pretende aumentar el contenido tecnológico de sus exportaciones. El crecimiento económico de China nunca ha sido independiente de las burbujas de consumo, el crédito y el capital ficticio procedentes de Occidente. Ahora, además de los efectos de su propia burbuja inmobiliaria ficticia, una eventual reducción drástica de los mercados en Occidente sería la sentencia de muerte del llamado “milagro chino”.
Al igual que, por ejemplo, en el otro lado, la congelación de las transacciones financieras de una China con sus billones de dólares en activos y bonos del Estado es la forma más rápida y segura de destronar a Estados Unidos como patrón de la moneda de reserva mundial. Además, un bloqueo o una intensificación del proteccionismo occidental de las importaciones chinas alimentará aún más la inflación y la pérdida de poder adquisitivo de sus sociedades. La contradicción es aquí objetiva: la “deslocalización” económica puede aparecer quizás a corto plazo como un arma de defensa y de combate económico, pero en el fondo la “desglobalización” no es una opción efectivamente viable para nadie: los imperativos del capital como “sujeto automático”, como decía Marx, no pueden ajustarse a las fronteras de la nueva bipolaridad, sobre todo cuando este mismo capital tiene una dinámica de acumulación ya muy débil. Se trata, pues, de una “Guerra Fría” también con fórceps en este otro sentido: la geopolítica que ahora pretende romper el mundo acaba siendo un intento de forzar un callejón sin salida económico.
Por todo ello, el escenario que se perfila no puede sino aumentar las tensiones ante la tarea sísifa de gestionar las crisis internas y externas que se están desarrollando. Todo apunta no a la contención, sino a la aceleración de los procesos de ruptura social y política ya en marcha, lo que ciertamente tiende a reforzar los dispositivos de represión, violencia, control y politización del odio de ambos bloques en conflicto. La idea de que hay que apoyar a uno de los bandos en nombre de una posición “progresista” en el mejor de los casos es una ilusión, y en el peor de los casos es condonar el actual estancamiento. Este impasse aparece directamente en el contorsionismo ideológico y metafísico con el que la izquierda “antiimperialista” pretende pintar de color de rosa el bloque China-Rusia. Y en el caso de Ucrania, la denuncia de un hecho real -la acción de grupos neonazis armados- se transforma en una acusación absurda contra todo el país y su población, que tiene todos los motivos para luchar contra la agresión de Putin y ya lo está haciendo. ¿Se equivocaría el pueblo ucraniano al luchar? ¿O tendrá razón Putin cuando en nombre de la “unidad nacional” detenga a miles de rusos que protestan contra la guerra? ¿Son todos traidores nacionales al servicio de la OTAN? Cuando la destrucción imperial de Ucrania por parte de Rusia se califica de victoria “contra el nazismo”, se proyecta sobre Ucrania la encarnación misma del mal absoluto. Con ello, conscientemente o no, la izquierda “antiimperialista” intenta proyectar sobre sus enemigos todos los fantasmas que no dejan de ser también los suyos.
Por ejemplo, en la narrativa apologética prorrusa, todo transcurre como si la “desnazificación” propuesta por Putin pudiera provocar algo diferente a la propia barbarización/fascistización/nazificación por otros medios de Ucrania. ¿Cómo no ver que esa estrategia de Putin sólo puede suponer la amplificación de una batalla mortal e interminable, cuyo resultado sólo puede ser el fortalecimiento del odio y el refuerzo de los movimientos y milicias de extrema derecha tanto de ucranianos como de rusos? ¹ Del mismo modo, el intento de pintar a Ucrania como un bloque monolítico de extrema derecha apenas puede disimular la minimización u ocultación del hecho de que Putin es un importante aliado de la extrema derecha europea -siendo admirado incluso por Bolsonaro y Trump- y que su gobierno es eminentemente reaccionario. Y, lo que es más fundamental, cuando la denuncia de los crímenes, hipocresías y tragedias humanas que son responsabilidad de Occidente sirve de coartada o atenuante para el completo desmoronamiento de Ucrania, a quien se amnistía aquí es precisamente al proceso de barbarie global en curso. “Estados Unidos devastó Irak y, por tanto, ahora nadie debería indignarse mucho si Rusia arrasa Ucrania”: este se ha convertido en el “argumento” de este extraño “antiimperialismo”. Así, lo que se escapa a la crítica es precisamente el hecho de que lo que se vislumbra es la aparición de nuevos iraquíes/ucranianos que serán inflados por la propia bipolaridad dentro de la cual se supone que se está en el lado “correcto” apoyando a las fuerzas “antiimperialistas”. Esto, cuando la discusión no desciende a una completa falsificación del carácter real del expansionismo de Putin, que ya tiene lugar mucho más allá del “espacio vital” del Imperio Ruso, que se supone que Putin tiene “derechos históricos” a defender. Qué tiene que decir el “antiimperialismo” prorruso sobre el apoyo militar de Putin a Assad en Siria, que ha permitido a éste causar el exterminio de cientos de miles de civiles, muchos de ellos torturados hasta la muerte en las cárceles? Eso cuando no fue la propia aviación rusa la que bombardeó directamente hospitales y edificios residenciales. ²
La miseria del “antiimperialismo”, sus intentos de sostener lo insostenible, es reveladora de tendencias que dicen mucho sobre partes de la izquierda brasileña y extranjera de hoy. El carácter cruzado, doctrinario y anacrónico de los análisis se adorna con un supuesto marxismo “principista” que traiciona precisamente el mayor legado de Marx, que fue analizar la realidad de forma inmanente y no tratar de ajustarla a conceptos externos, ajenos a los objetos en debate. En el límite, es posible que algunos, en nombre del “leninismo ortodoxo”, hagan la apología de Putin incluso cuando éste dice explícitamente que borrará el “error” de Lenin de haberse pronunciado por la autodeterminación de los pueblos del antiguo Imperio Ruso… Este estado de cosas sugiere otro último sentido de una “Guerra Fría” con fórceps, ahora desde el punto de vista de cierta izquierda. Situándose ideológicamente en uno de los bandos contendientes dentro de la bipolarización que está saliendo a la luz, aceptando para sí el propio marco impuesto por los actuales dirigentes mundiales con el poder nuclear como horizonte último de actuación, esta izquierda cree ahora poder simular algún tipo de poder, algún tipo de vigor artificial. Un poder simulado, forzado y sustitutivo, ya que es el reverso de la impotencia real para producir ideas y prácticas que tengan un norte efectivamente transformador y emancipador. Para no ser injustos, hay que decir que esta impotencia abarca en realidad a toda la izquierda actual. Es, por tanto, una tarea colectiva y nada fácil. Sin embargo, subcontratar esta tarea a los Putin y Xi Jinping del mundo es ya un testimonio de su abandono.
Notas:
¹ Como muestra el buen texto de Taras Bilous, que por su militancia y sus relaciones familiares conoce bien las dos partes del conflicto del Donbass, la propaganda de que ya no hay una lucha entre “nazis ucranianos” frente a una “resistencia popular rusa” es una completa distorsión. No sólo ignora con esto que hay elementos fascistas y ataques a civiles en ambos bandos, sino que también oculta el papel que el Ejército ruso ha jugado desde 2014 en el conflicto. Sobre esto, véase también Coinash (2014). Además, ¿quién en su sano juicio puede pensar que una eventual dominación futura de Ucrania por parte de Rusia se basará en la “resistencia popular”? Sin duda, la represión provendrá tanto del ejército ruso como de las diferentes milicias controladas por Putin. Prueba de ello es ya el desembarco de tropas en Ucrania enviadas a petición de Putin por el líder checheno Kadyrov, conocido por la práctica de la tortura y la formación de escuadrones de la muerte en su república. Esta es una muestra de lo que los ucranianos pueden esperar como “resistencia popular”. Ver Walker (2019).
² Para una crítica contundente de las posiciones de gran parte de la izquierda occidental ante la tragedia siria, véase el texto de Leila Al Shami (2018).
Referencias:
Al-Shami, Leila. “The ‘anti-imperialism’ of idiots.” 14/4/2018. Disponible en https://leilashami.wordpress.com/2018/04/14/the-anti-imperialism-of-idiots/
Bilous, Taras. “Uma carta de Kiev para a esquerda ocidental”. 26/2/2022. Disponible en https://movimentorevista.com.br/2022/02/uma-carta-de-kiev-para-a-esquerda-ocidental/?fbclid=IwAR1bNdhJNulVfE_4uIxZqhgToS6KbR8VcibecIv16yrSTfzlmco_qvMQPWY
Coinash, Halya. “East Ukraine crisis and the ‘fascist’ matrix. Is the Russian leadership fomenting ideological links with some far-right European parties?”. In: Al Jazeera. 17/4/2014. Disponible en https://www.aljazeera.com/opinions/2014/4/17/east-ukraine-crisis-and-the-fascist-matrix?fbclid=IwAR37FG2lhDUPXG4QEukMgdY2kRgpphEfhEHfNGXG6lPaRM-WrcUQf0fDiTs
Walker, Shaun. ‘We can find you anywhere’: the Chechen death squads stalking Europe. In: The Guardian, 21/9/2019. Disponible en https://www.theguardian.com/world/2019/sep/21/chechnya-death-squads-europe-ramzan-kadyrov